Queremos comenzar por decir que no hay un juicio moral hacia esta pregunta. La prostitución se ha presentado, en muchos espacios, como una práctica común y hasta como una forma de trabajo. Sin embargo, es importante detenernos a pensar de forma crítica en lo que realmente implica. El trabajo decente significa dignidad, igualdad, ingresos justos y condiciones seguras. Un trabajo que es verdaderamente digno pone a las personas en el centro, les da voz y derechos, y protege su bienestar (OIT, s.f.).
La prostitución, en cambio, muchas veces no garantiza condiciones seguras para quienes la ejercen, no protege su autonomía ni sus derechos, y no permite establecer relaciones libres, consentidas ni igualitarias. Esto puede llevar a que las personas sean tratadas como objetos, lo que las deshumaniza y vulnera profundamente. El sexo no solo requiere consentimiento: necesita mutua voluntad, respeto y conexión. En la prostitución, ese vínculo no existe; el dinero reemplaza esa mutualidad y puede convertirse en una forma de coerción.
Sabemos que el deseo sexual es parte de la experiencia humana, y también lo es la necesidad de conexión y afecto. Sin embargo, el sexo no es algo a lo que se tiene "derecho" en cualquier circunstancia, ni es simplemente una vía para calmar una necesidad. Es, sobre todo, una forma de relación y de expresión personal, que puede tener un lugar muy significativo en la construcción de nuestra identidad y nuestros vínculos.
Por eso, queremos invitar a las personas a pensar otras formas de explorar la intimidad. Es importante exponerse a la posibilidad de conocer a otros y de establecer relaciones con tiempo y confianza. Esto puede abrir espacios mucho más sanos y satisfactorios para vivir la sexualidad. La conexión emocional, la escucha, el consentimiento y el respeto son aspectos fundamentales que no pueden reemplazarse con una transacción económica.